Algunos días le compro garrapiñadas al señor que está en la puerta del San Martín. Las compro para ayudarlo. Salgo de la facultad a la noche con mis caprichos y el me distrae, me sonríe pensando que tengo hambre y le doy tres pesos.
Es tan nostálgico el proceso.
No les siento el gusto, las mastico por inercia, bailan en el paladar y no percibo nada.
Las mastico y saboreo con los dientes y la lengua, llenos de angustia.
Es que quise demostrarte que ahora podía morderte y me salió mal.
Si todo consistiera en probarse y lamerse, la vida no tendría sentido, pero tampoco confusión.
Pensé que lo iba a lograr y que quería que fueras mi droga de los jueves.
Te quiero de narcótico todos los días. No merezco las garrapiñadas de los lunes.