Te doy un beso tras otro y el tiempo se nos va.
Perduró el momento de los besos.
Dejamos de pensar.
Mientras haces mate leo Rayuela y descubro
que sos un Oliveira cualquiera, una copia vaga pero perfecta
y tengo miedo de parecerme un poco a la Maga.
Mi lectura va por el capítulo 40 para sacar conclusiones arriesgadas, pero hasta ahora
me parezco tanto...
Quiero cantar victoria y me limito, pero ya la canté.
Hace un rato estabas rendido en mi habitación pero insisto en que sos bastante impredecible.
Me gusta imaginar como me miras mientras leo o me miro las manos,
incluso cuándo me estiro para hacerme desear un poco más.
No sé a quien quiero engañar cuando quedamos frente a frente en la cama, me da vergüenza
y me rasco el ojo para verte menos. Y a vos también te inhibe, lo sé.
Después de tomar coraje abro los ojos para mirarte pero los cerras y me río, nos reímos y entre tanta risa necesito gastarte los labios, arrancártelos porque cuando los dejo, quiero volver corriendo, y repetir esa secuencia, mil veces más.
Necesito que me abraces fuerte y me beses despacio, suave, profundo.
El instante en el que respiramos hondo, nos aliviamos, nos sentimos fuertes juntos, y hasta casi nos sonríe el aura del que nos cagamos de risa.
Ahora existen esos besos que noquean en el primer round a lo carnal, para entrar en un espacio nuevo dónde no hay preguntas de más, incertidumbres y miedo a amar.
Ahora existimos.